Hoy ha sido un día largo con un viaje a Ensenada, parando en Tijuana para buscar un acompañante, mi hermano Carlos Dickens. Siendo que quería también pararme en la casa de Marco y Maricarmen para saludar y entregar algo por el hermano Emilio de Mexicali, estoy bastante agotado y solo pienso escribir brevemente sobre este versículo 13 de Juan 3. Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo.

Hablamos, el hermano Victor (de Ensenada) y yo brevemente sobre este versículo esta mañana. ¡Que más tremendo testimonio de la divinidad del Señor Jesús puede haber que este versículo! Nicodemo había venido de noche, diciendo Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro… y el Señor le había dicho que quería decirle cosas celestiales pero faltaba la fe pues ni captaban las cosas terrenales. Pero, de todos modos, el Señor le decía en este versículo 13 cosas celestiales y eternos. Nicodemo creía que era un maestro venido de Dios. ¿Podía entender tal cosa, que uno descendido del cielo, pero todavía en el cielo? Solo por extender su fe más allá que la idea de Jesús como nada más “un maestro” o “un profeta.” No, solo Dios manifestado en la carne podía estar ambos en la tierra y en los cielos a la vez.

Pero nota, por favor, que se habla de sí mismo como Hijo del hombre. Así, mis queridos hermanos, vemos tan claramente la divinidad y humanidad del Señor Jesucristo revelado ante nuestros ojos sin poder negar. La triste condición de los testigos de Jehová, los mormones, y tantas otras sectas apóstatas es que no quieren creer quien es Jesús y por eso, tienen una religión fundada sobre ignorancia e incredulidad de algo central y fundamental acerca de la persona divina, quien es nuestro Salvador y Redentor. Ningún otro era capaz de llevar nuestros pecados en su propio cuerpo sobre el madero. Nunca soltamos a esta preciosa verdad de la persona divina de Juan 3:13.