La semana pasada hicimos un pequeño resumen con los años (tal que entendemos de la historia) de los acontecimientos después de la proclamación de Ciro en el tiempo del fiel Daniel. Ahora volvemos a mirar específicamente al hombre del pueblo común, sin título o importancia según la ley de Moisés, pero con un gran deseo de ser de bendición a su pueblo Israel. Creo que vemos en este hombre común algo que nos enseña la forma de actuarse en un día de ruina, tal como el día en que usted y yo estamos.
Han pasado cuatro meses, desde el mes Chisleu hasta el mes Nisán, desde que Nehemías había escuchado de la condición del pueblo de Dios y había empezado su ministerio de oración por el pueblo. Su rostro había sido afectado a través de sus meditaciones y en su trabajo era prohibido mostrar cualquier cara menos una de alegría. Pero parece que Nehemías era un hombre como yo en este sentido que su cara siempre reflejaba lo que había adentro. Nos dice aquí “Me dijo el rey: ¿Por qué está triste tu rostro? pues no estás enfermo. No es esto sino quebranto de corazón. Entonces temí en gran manera.” Y era de temer pues el poder del rey hubiera sido suficiente quitarle la vida de Nehemías por esa ofensa. Pero con la confianza de un hombre que confía en Dios, Nehemías contestaba “Y dije al rey: Para siempre viva el rey. ¿Cómo no estará triste mi rostro, cuando la ciudad, casa de los sepulcros de mis padres, está desierta, y sus puertas consumidas por el fuego?”
Según lo que sabemos, Nehemías nunca había visto la ciudad o la tierra de su descendencia. Toda su vida había radicado en Babilonia. Pero su corazón anhelaba la bendición del pequeño remanente congregado allá y le daba dolor que estuviera en tan mala condición. Y ahora vemos algo muy bonito en la vida de Nehemías. “Me dijo el rey: ¿Qué cosa pides?” Nehemías ya se daba cuenta que Dios estaba a punto de contestar su oración después de cuatro meses esperando en paciencia. Pero, aun así, en su corazón tomaba un minuto o quizás nada más que unos segundos para dirigir su corazón hacia Dios; “Entonces oré al Dios de los cielos, y dije al rey: Si le place al rey, y tu siervo ha hallado gracia delante de ti, envíame a Judá, a la ciudad de los sepulcros de mis padres, y la reedificaré.” (Otra vez se nota la expresión “el Dios de los cielos.” Es bien importante ver que, aunque Satanás es “el dios de este siglo” y tiene su gran influencia aquí en el mundo, nosotros y Nehemías servimos el que siempre tendrá la última palabra.) Obviamente Nehemías estaba con su corazón siempre hacia el cielo, mientras hacia su trabajo terrenal. ¿Es así con nosotros, queridos amigos? ¿Andamos en una comunión así constante con nuestro Señor tal que podamos en un momento de necesidad decir “Señor, ayúdame escoger bien” y “Señor, dame una respuesta adecuada”? Es muy bonito observar en Nehemías este ejemplo tan simple pero tan poderoso. No nos dice que Dios dijo algo en el oído de Nehemías, pero él confiaba que Jehová iba a dirigir sus palabras, ya que desde hace cuatro meses había estado en una actitud de dependencia y suplico acerca de su amado pueblo de Dios.
O amigos, espero que yo y cada uno de ustedes tengan este espíritu de Nehemías, con grandes deseos para la bendición del pueblo de Dios, y un ferviente deseo para su crecimiento espiritual. Vemos que Jehová le concedió a Nehemías su deseo a través del rey gentil, bajo cuya servidumbre estaba Nehemías. Y es cierto que cada uno de nosotros tenemos responsabilidades como Nehemías, con personas inconversas quizás, a las cuales tenemos que rendir cierto servicio, sea trabajo o estudio. Pero debe haber en nosotros igual como había en Nehemías un deseo de ser instrumentos para la ayuda y bendición del pueblo de Dios.
Vemos ahora como Nehemías viajaba a Jerusalén en la compañía de una guardia. “Y el rey envió conmigo capitanes del ejército y gente de a caballo.” Se nos hace recordar del hombre piadoso Esdras “Porque tuve vergüenza de pedir al rey tropa y gente de a caballo que nos defendiesen del enemigo en el camino; porque habíamos hablado al rey, diciendo: La mano de nuestro Dios es para bien sobre todos los que le buscan; mas su poder y su furor contra todos los que le abandonan.” No nos dice que Nehemías había pedido la guardia, sino que ella era enviada por el rey y así la diferencia. Podemos admirar la fe de Esdras en no pedir, y también observar que Nehemías apreciaba la ayuda que el rey pagano le había concedido.
Notamos que de una vez se presenta la oposición. “Pero oyéndolo Sanbalat horonita y Tobías el siervo amonita, les disgustó en extremo que viniese alguno para procurar el bien de los hijos de Israel.” La oposición de estos hombres iba a ser una grande molestia a Nehemías, como veremos Dios mediante. Pero por el momento, este hombre ignora a los enemigos y sale para mirar por sí mismo las condiciones de la ciudad, tan malas que eran. Lo que vio no era de animar, pues iba a ser un trabajo bien difícil. Pero notamos con gozo sus palabras de Nehemías al pequeño remanente; “Venid, y edifiquemos el muro de Jerusalén, y no estemos más en oprobio.” Buscamos nosotros, mis hermanos, como hacer lo mismo en el día de ruina en que nos encontramos. Siempre va a haber un Sanbalat, Tobias, o acaso un Diótrefes para impedir y desanimar.
`4 julio de 2021